domingo, 21 de octubre de 2012

... ÉRASE UNA VEZ

Un hombre que no tenía sonrisa y te la robó. Tú luego fuiste buena (un adjetivo que no debería usarse si uno pretende estar a tono con este tiempo de cóleras) y le dejaste sonreír de prestado. Claro, así es imposible que uno acabe por escribir. Si sonríes no escribes.
. ¿Qué le pasó a ese hombre para que se diera al vicio?
- Si me das sabor de pezones tuyos te lo cuento.
-Sea -dices ajustando el pecho entre mis labios.
La cosa empezó por la sonrisa -el hombre arrebatado lo reconoce, amor-. quizá en el mismo turno llegó como si no la forma en que caminas, un sí es no es, los pies un poco entrados hacia el centro y ese trastabilleo en el que nunca acabas por derrumbarte, la cabeza siempre erguida, el pelo -lo juro- siempre en medio el aire que esparce y desordena. El caso es que fue tu cuerpo. Nada de espíritu, no hay lugar para cursilerías. Fue el cuerpo, porque la materia habla y al hombre le cuenta cuentos -como yo ahora te los cuento a ti-, fue el cuerpo que no esa alma que nadie ha visto. Fue el cuerpo, el tuyo, porque el hombre sabía leer el aire de tus caderas y el ritmo sincopado de tu caminar y el olor de tu piel cuando la roza un beso y beber el jugo de tu coño glorioso. No sabía de otros cuerpos, que tuvo, tocó, poseyó y olvidó. Nunca recordó a la mañana siguiente el sabor de un cuello mordido cuando la pasión estalla. Nunca empleó más de diez minutos en tornar al sueño del que nacía cada mañana después de acariciar a una mujer. Hasta que tú llegaste riéndote del mundo. Él -me lo ha contado, te lo juro- nunca dejó de escribir por la curva de unas piernas de mujer, pero se quedó mudo cuando recorrió la tuya con su lengua desde el talón hasta la base de tus nalgas. Oh, ¡cómo marcaba a dentelladas cada nalga, cada perfil de tu cuello, cada pezón! Y los labios, los tuyos, que dibujó aquella noche en una sala de conciertos detrás de aquella columna (es que hay que concretar, si no te me vas a ir a pensar que hablo de un espectro) mientras tú le palpabas el amor en la entrepierna. ¡Cuerpos ardiendo!. Esa es la lengua que tú y él hablabais, nativos exiliados en un idioma infame...

Ah, me atrapa el sueño ahora que tú no estás. Mañana te sigo contando de pieles en armas...

sábado, 29 de septiembre de 2012

REFUGEES


- ¿Por qué no salimos? -Dijo Maga.
- Ya estamos fuera. Vivimos a la intemperie.
- ¡No digas tonterías! Hace un momento te pedí que vinieras a mi pared. Cuando me recuesto aquí, entre los almohadones, y me voy a vivir a una pared con el pensamiento volante es porque me tienes presa con tus caricias. Solo me escapo de vez en cuando para ir a buscarte canela para el té. Reconoce que es poco y que hay paredes.
- Me refería a la vida del corazón. A mí me dan golpes, el sol me quema, el frío me vuelve sobre mí mismo como una página plegada y vuelta a plegar, de vez en cuando el zumo de las naranjas me empapa y entonces huelo a huerta, cuando busco el mar mi piel se perfuma de yodo y bajo la lluvia el corazón recibe masajes de nubes, eso es cierto, pero no tengo otra casa que no sea el hueco de la palma de tu mano cuando me das de beber.
- ¿Y entonces?
- Soy un refugiado, mi amor. Mi refugio son tus caderas. El paraíso lo escondes entre los muslos y el cielo tiene color de labio para mí. Expulsado del mundo pedí asilo en tu pecho. A veces me mudo de pezón, pero siempre habito la misma casa.
- Has dicho mi mano.
- En tu mano cabe un mundo.
- ¿Mmmm?...Me apetece salir a tomar algo. Conozco un bar. Tiene mesas bajo un emparrado y podemos charlar a la sombra. Quiero que me cuentes historias.
- Sea.

Carlos y Maga cerraron la puerta tras de sí. La tarde estaba nubosa, pero aún se notaba el calor de los últimos días del verano. Carlos caminaba al lado de Maga y tenía que hacer equilibrios de trapecista para dar un paso tras de otro sin perder de vista los andares de Maga. ¡Cómo le gustaba verla caminar! Era un paso decidido y a la vez vacilante. Una contradicción, pero ¿hay algo más real que una contradicción? Maga era una contradicción, porque era real, a veces sí y a veces no, hoy aquí, mañana allí. No había manera de saber cuál sería su próximo movimiento. Carlos se dejaba llevar por el azar y de vez en cuando su mano acariciaba el trasero de Maga. "Solo para saber que eres real, lo juro, solo para eso".
- Vamos, vamos. Sé que escribes "te quiero" en los sitios más raros. He notado tus dedos sobre mis nalgas y escribías.
- No puedo hacer otra cosa. Amarte es escribirte, si no te escribo te me vas.

La ciudad iba abriéndose ante los amantes y llegaron a un plaza pavimentada de rara manera.

- Me marea mirar al suelo. ¿No te pasa lo mismo con ese dibujo tan raro de las losetas?
- No sé, pero prefiero el albero prensado y bien regado, esa es la verdad. ¿Queda lejos el bar del emparrado?
- No, no, acá a la izquierda.

Maga tomó asiento en un velador de mármol blanco y Carlos se acomodó a su lado. Una camarera con el pelo cortado casi al rape les trajo un par de gin tónics y Maga dijo: 

-Bien, he logrado que salgas de tus cuatro paredes, ahora quiero que me cuentes una historia que me haga soñar.

Y Carlos pensó y pensó y pensó.... y también él acabó por decir algo:


"ÉRASE UNA VEZ..."

lunes, 17 de septiembre de 2012


FORGET FULL

- ¿Y cuando yo no estaba pudiste escribir?
- ¿A qué te refieres con eso de “escribir”?
- Ya lo sabes, a poner una palabra detrás de otra.
- Ah, no eso no pude… no tenía dónde.

Un silencio extrañado. Largo. Maga miraba al infinito del blanco de la pared. Solía hacerlo después del amor. Se quedaba vagando. Maga viajaba, ¿hacia dentro? Hacia dentro, esta vez sí, hacia dentro. La Maga y Carlos eran dos viajeros. No es que se desplazaran en el espacio es que nunca estaban en el mismo sitio mucho tiempo, su territorio era abierto como el blanco de la pared y lo iban llenando con lo que cogían de aquí y de allá, viejas fotos, una piedra  suave de olas, el viento del Este, las huellas del cangrejo, un puñado de arroz, vino tinto y vino blanco… hasta vino rosado cuando no había otra cosa. A Carlos no le gustaban las medias tintas, pero si no había más remedio… era capaz de sacarse un tintero de la manga. Siempre hay alguna salida. Maga hizo un hueco con la mano en el blanco de la pared y le dijo a Carlos…



- Ven conmigo, mentiroso.
- ¿Por?
- El papel es barato, mentiroso. Los lápices también, mentiroso. Y me has dicho antes que escribías con una taza de té y un vaso de ginebra, mentiroso.
- No, no, ¿por qué quieres que vaya contigo a la pared?
- Porque tengo un lápiz y quiero que escribas mi nombre cien, doscientas, quinientas veces. Las que quepan. Es el castigo que mereces.
- ¿Por?
- Por mentir… y por robar. Por robar mi nombre. Yo no me llamo Maga.

Carlos se acercó a los labios de Maga. Con la lengua empezó a humedecerlos, con mordiscos juntó arriba con abajo y entonces con su dedo empezó a trazar una línea y otra y otra y otra y otra, hasta que los labios tomaron la forma en la que él podía reconocer una página que había perdido en la ausencia de Maga.

- Yo no  pongo palabras sobre papel, yo no pongo palabras sobre la pared, pongo palabras sobre ti. Tu piel es el único lugar en el que puedo escribir. Tu nombre se lo robé a otro, sí, pero es que él te vio antes.  Yo no tengo la culpa de no ser  original, no quiero escribir Rayuela, quiero jugar a llegar al cielo de tu cintura saltando de tu cadera a tu pecho y de tu boca a tu pelo.

- No te entiendo. ¿Entonces sobre qué piel escribías cuando yo no estaba? Porque has dicho que mientras me esperabas escribías con un té y con un vaso de ginebra, no me digas que no.
- Y canela
-¡Y canela, vale! Responde.
- Verás, las cosas nunca son siempre de la misma manera. Escribir cuando tú no estás puedo hacerlo sobre papel, porque entonces solo ando buscando levantar un mapa que me lleve de nuevo a ti. Entonces sí, entonces consumo lápices, ensucio papeles y los grapo de a diez. Pero me sale torpe la cosa. Escribir, escribir, poner palabras como caricias, eso solo puedo hacerlo cuando mi aliento se pierde en tu aliento, cuando me pides que entre ya y no me vaya nunca de tu vientre, cuando me aferras, te doblas sobre mi verga y luego saltas para pintarme de negro la boca.
- O blanco o negro.
- Eso es, blanco cuando tú no estás, negro cuando lo abres para mí.
- ¿El qué? ¿El qué abro para ti?

Ahora casi se espera que Carlos ponga música de Chet Baker y sonría complacido por la sorpresa de Maga… Pero eso sería un tópico, la única música que sonó entonces fue el suspiro de Maga cuando Carlos buscaba folios con aroma de… Fundido en negro. 

jueves, 6 de septiembre de 2012

MUSA DO CORPO DOURADO


¡... Y llegaste! ¿Qué fue primero? Comer. Sé que desapareciste en mi boca. Te me salías en los sudores. Ibas goteándote en cada poro. ¿Qué me decías por dentro? ¿Que era tuya? Oía un eco que me subía por la venas y estallaba en mi cabeza como el fuego. Te tenía dentro y me quemabas. ¿Que era tuya? ¿Te la robó alguien? Y el corazón de tu cintura se levantaba en una ofrenda. Come. ¿Que habías perdido? Come ¿Qué buscabas entre los guijarros cuando yo no estaba? ¡Come! El corazón se dibujaba y yo burlaba el cerco, una y otra vez, una y otra vez. Tu carne iba cerrando mi boca, se deslizaba, se retorcía, se pegaba a la lengua y al paladar. Me bañaba tu aroma y te levantaba con las manos para que te derramaras en mis labios. Me dabas alimento, tan delgado me veías, que te me dabas entre los dientes. Mastícame suavito y dibújame el corazón entre las nalgas, empújame hacia dentro. ¡Devórame! Y te seguías derramando, cobre y pálpito... Tus pechos grávidos me dieron de beber. Comprenderás que el té acabó frío sobre la mesa de la cocina. 

martes, 31 de julio de 2012

PROFUNDIDAD DE CAMPO


Luego del amor no quedó más remedio que volver a inventarlo -le dijo Carlos a su Maga aquella otra mañana. Y que había guardado en sus manos el aroma de Maga y el sabor de sus labios y el color dorado de su piel y el pálpito de su sexo y el eco de su voz. En aquellos tiempos le bastaba con acercar la palma de la mano a sus ojos para ver  el rostro de Maga, aventarla y luego acercarla a su nariz para olisquearla como un perro que busca dueña, acariciar el aire para sentir la curva de la cintura de Maga en la yema de los dedos y el pálpito, siempre el pálpito. 


Con esto vivió mientras la Maga, "su" Maga cruzaba el Ganges sobre un palo de canela... Con esto y las tazas de té y la vida nueva de las palabras que escribía cada mañana. A la tarde, Carlos pedía magia de carne y hueso mirando las olas del mar y a la noche pedía magia de carne y hueso en el fondo de un vaso de ginebra... Al amanecer volvía a escribir mirando al trasluz del té. La vida transcurría entre ecos de memoria deshilachada y el deseo desbocado que se hacía página de garabatos. Antes, Carlos vivía en un acantilado, a pique de despenarse y siempre despeñado por la falda de los montes de su Maga. Las penas se iban con un golpe de melena (a Carlos siempre le gustó hundir la cara en los cabellos de su Maga) que empujaba los labios de Carlos a mojarse de piel en el despeño...Allá corría su lengua de babel y de sombras, su boca toda y la mano firme que busca la gloria de un instante de cuerpo y fuego. Allá abajo, hacia el pie de aquella cordillera donde brillaba un monte de nieve con su cima orgullosa bajo el cielo moreno que guarda los secretos del tiempo, allá había bajado Carlos a buscar la paz, el refugio en el mismo ojo del huracán, un hogar en el círculo de nubes donde se calman las fabulosas tormentas de deseo...




- ¿Y cómo pudiste vivir sin mí todo ese tiempo? - La Maga, divertida, se puso las gafas de sol porque la deslumbraban los ojos de Carlos, que ahora reflejaban la luz del mediodía.


- Ya te lo he dicho... y si miraba las olas del mar romper sobre los roquedales, era porque así me olvidaba de que se me había acabado la canela para el té. No me gustan los melodramas y todo este tiempo tuve que tomarlo con media rodajita de limón. Pero no me gustan los melodramas, no.


Los ojos de Carlos ahora se inflamaban. A su Maga no le daba miedo renacer entre las llamas, como cada vez que volvían encontrarse junto a la mesa de la cocina...¡Ah! Sé que te conozco de algo... ¡Oh! ¿Hueles a mar? ¿Es a eso?...Quizá.





viernes, 27 de julio de 2012

MAGIA DE MAGA


- Magia es cuanto necesito. No la previsión de las costumbres. Ni la negación de las rupturas. Ni la abnegación de los abandonos. Ni la oscuridad de los sonámbulos. Magia.
Eso fue lo que dijo Carlos, abstraído en buscar corazones de hierba en el fondo de su taza.
La Maga miró a Carlos, un tanto sorprendida, después de haber hecho aquel viaje al tarro de la canela solo por el amor de un beso. Sentía que no era la respuesta adecuada a su gesto tierno. ¿Es que el aroma del té y la canela no merecían algo más concreto? ¿Algo así como un "te quiero" soplado por encima del humo cálido que borraba el rostro de Carlos agazapado tras su taza? ¿Es que no se iba a dar cuenta nunca de que un sorbo de ese té llevaba el calor de las manos de La Maga a los labios de Carlos y de que eso no está al alcance de cualquier Carlos que ande por ahí, sino de este puro despitado Carlos?
Así, su mirada se hizo luz entrevista y su boca moduló la música de la gran pregunta:
- ¿Magia? ¿A qué llamas magia?
Carlos, sin levantar la vista de la taza regalada de perfumes lejanos, murmuró como para sí:
- O quizá...
Dejó la taza sobre la mesa de la cocina, se levantó con calma, cruzó en una sonrisa el breve espacio  que lo separaba de su Maga, acarició sus labios, desabrochó su blusa y los dedos iniciaron un viaje alrededor del pezón oscuro que, orgulloso, se erguía esperando que  los labios de Carlos dibujaran la palabra magia en la base de su cuello antes de morder dulcemente allí donde se escapan los suspiros.
- El caso es que hoy me quedo sin saber qué es magia mágica para ti, amor.




Eso pudo decir la Maga, antes de olvidar que hoy no habría otra respuesta que la piel ardiendo... Ya se sabe, son las cosas del té y la canela.

jueves, 19 de julio de 2012


CANELA

Carlos estaba escribiendo… distraído acercó a su boca un tazón de té que había abandonado casi al borde de la mesa.
Cuando lo llegó a rozar los labios notó que el té se había quedado frío, pero a la vez y sorprendido, vio en su reflejo la cara de Maga. Sus ojos habían quedado presos de la oscuridad del hueco del tazón y ahora se destacaba bailando entre las ondas oscuras un rostro que había recorrido con sus manos en noches de calor y en tardes de frío.
Se giró, casi al instante y allí estaba. No era “La Maga”, ni “una Maga”, sino “su Maga”, que llevaba cogida entre las manos una tetera humeante de color verde oscuro.
“¿Dónde estuviste todo este tiempo?”
“¡Oh, ya sabes! Fui a la India a buscar canela para el té”.